martes, 19 de agosto de 2008

LA EPÍSTOLA.




Sigo leyendo cartas, me gusta descubrir en ellas intimidades perdidas. Tengo muchas cartas enviadas por mi bisabuelo, desde Filipinas, a su esposa. Mi bisabuelo era comandante de infanteria y murió en la guerra de Filipinas; se nota en las cartas que quería "conocer" a su mujer.


Acabo de leer una carta de Diderot, de 15 de octubre de 1759, dirigida a Sofia Volland.

" El resto de la noche se pasó bromeando acerca de mi paradoja... y yo decía : Los que en esta vida se han amado y se hacen enterrar en la misma sepultura, no son tan cándidos como se cree. Puede ser que sus cenizas se mezclen y se confundan, ¡ quién sabe!...(...) ¡Ah, Sofia! Aún tendría yo la esperanza de tocaros , de sentiros, de amaros, de buscaros, de que nos uniéramos y nos confundiéramos después de esta existencia, de esta forma de la vida, si hubiera para nuestros principios una ley de afinidad; si nos estuviera reservada la suerte de formar un ser común , siendo ambos los componentes de un todo por los siglos de los siglos, si las moléculas disueltas de vuestro amante debieran agitarse, conmoverse, buscar las vuestras esparcidas en la naturaleza. ¡Ah!, no me quitéis esta ilusión tan dulce de una eternidad con vos y en vos"


Denis Diderot (1713-1784)

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