miércoles, 20 de noviembre de 2013

EMMA.


         Hace meses que presté " Madame Bovary ", un libro con muchas lecturas y profundos paisajes del alma. Hoy me lo han devuelto y no puedo dejar de recordar aquella primera lectura, en Sevilla, un otoño.

       " Al principio sintió una especie de mareo; empezó a ver los árboles, los caminos, las cunetas, al propio Rodolphe, y notaba aún la opresión de sus brazos, mientras se estremecía el follaje y silbaban los juncos.
    Pero, al mirarse en el espejo, se asombró al comprobar la mudanza de su rostro. Nunca se había visto unos ojos tan grandes, tan negros, tan profundos. Algo muy sutil inundaba todo su ser y la transfiguraba.
     Y se repetía : " Tengo un amante, tengo un amante ", deleitándose en aquella idea como si sintiese renacer en ella una nueva pubertad. Por fin iba a conocer aquellos goces del amor, aquella fiebre de la dicha por la que siempre había suspirado. Penetrada en ese reino maravilloso donde ya todo sería pasión, éxtasis, delirio. Un azul infinito la envolvía; las cumbres del sentimiento resplandecían en su imaginación, y la existencia ordinaria tan sólo se vislumbraba a lo lejos, muy abajo, en la oscuridad de los espacios que mediaban entre aquellas alturas.
    Entonces recordó a las heroínas de los libros que había leído, y toda aquella poética legión de mujeres adúlteras se puso a entonar en su memoria un cántico seductor de voces hermanas. Ella misma se convertía en una parte verdadera de aquellos seres fascinantes y consumaba el largo sueño de su juventud, contemplándose dentro de aquel modelo de enamorada que tanto había ansiado. Además, Emma experimentaba la satisfacción de la venganza. ¡Bastante había sufrido! Pero ahora llegaba la hora del triunfo, y el amor, tanto tiempo reprimido, brotaba ya sin trabas, con hervores gozosos. Lo saboreaba sin remordimiento alguno, sin turbaciones, sin miedo.
    El día siguiente transcurrió en medio de una desconocida dulzura. Se hicieron juramentos. Ella le contó sus pesares. Rodolphe la interrumpía con sus besos, y ella, contemplándole con los párpados entornados, le pedía que volviera a llamarla por su nombre y le repitiese que la amaba. Sucedía esto en el bosque, como la víspera, en una choza de almadreñeros. Las paredes eran de paja y el techo tan bajo que tenían que agacharse. Ambos permanecían sentados uno junto al otro sobre un lecho de hojas secas "

           Gustave Flaubert ( 1821-1880 )

           ( Foto de autor desconocido )

Concerto for Piano in A minor Adagio by Edvard Grieg on Grooveshark

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